Integrative Psychotherapy Articles
DIVERSIDAD, UNIDAD Y RELACIÓN:
DINÁMICA INTERPERSONAL DE LA
PSICOLOGÍA SOCIAL
Por Richard G Erskine, Ph.D.
El propósito de esta charla es resaltar la dinámica interpersonal de la psicología social y aplicar la diversidad, unidad y relación, tema de esta conferencia, a las relaciones familiares, sistemas sociales y organizaciones; a la educación, psicoterapia y asesoramiento.
“Yo estoy bien, tú estás bien”, es un principio básico de Análisis Transaccional. Pero, ¿cómo puedo estar bien contigo si soy tan diferente de ti? ¿Qué ocurre si hablo diferente? ¿Qué si actúo de forma impredecible para ti? ¿Qué si tengo diferentes valores? ¿Puedes, a pesar de toda esta diversidad, estar bien conmigo?
Muchos de los conflictos políticos en el mundo indican que la gente tiene una gran dificultad con la diversidad. La diversidad perturba. La gente que es diferente puede parecer contradictoria, puede parecer irresponsable y no digna de confianza. Podemos interpretar la forma extraña de actuar de los otros como que son vagos, locos, estúpidos, malos o que están equivocados. Estas percepciones erróneas nos llegan por comprensiones incompletas. No conocemos de verdad la experiencia de esa otra persona, así que completamos la Gestalt con algún aspecto de nuestra experiencia pasada. Completamos el cómo entendemos a la otra persona con nuestro propio temor. Interpretamos su comportamiento con nuestra propia proyección inconsciente. Y por tanto, hacemos una imagen de las diferencias del otro. Según Martín Buber, a veces creamos otra gente como un “ello” en lugar de ver lo sagrado o lo “tú” inherente a su ser. Estas percepciones incompletas y con información falsa siempre carecen de empatía. Fallamos y no colocamos el comportamiento del otro dentro de la esfera de su sensibilidad única o sus necesidades relacionales y por tanto nos volvemos inter e intrapersonalmente alienados.
Debido al hambre humana de relación, buscamos unidad. ¿Cómo podemos unirnos en la relación si somos únicos, diferentes y diversos? La integración de: una perspectiva relacional de la psicoterapia junto a los conceptos de la psicología social puede proporcionar respuestas retadoras a estas preguntas.
La unidad requiere un interés genuino en el otro, un interés que nos conduce o guía hacia la indagación; una investigación de su experiencia fenomenológica, es decir, la forma subjetiva en que cada uno y todos nosotros procesa las transacciones interpersonales y a menudo obtiene significados distintos de la misma experiencia. Emergemos (surgimos) con diferentes valores sobre el mismo suceso. Una indagación genuina, para que sea eficaz en el conocimiento del otro, debe empezar asumiendo que “no sé nada sobre la experiencia del otro: mis opiniones, mi interpretación, mis intenciones o significados, son incompletos”.
Por lo tanto, debo conocerte a través de la indagación: quién eres, qué valoras, cómo entiendes lo que está sucediendo, qué sientes. Si no indago no sé nada, excepto mi interpretación de ti. Simplemente permanecemos separados. Uno de nosotros debe tender un puente sobre el vacío que nos separa. La investigación es parte del proceso. Pero es difícil soportar la incertidumbre, la ansiedad de llegar a conocer al otro cruzando la barrera de nuestra propia interpretación, nuestra historia y nuestros miedos. Porque si realmente indagamos e intentamos conocer al otro en algo fundamental, si averiguamos sus perspectivas, sus marcos de referencia, su singularidad o unicidad y sus diferencias, su diversidad, nos retará o desafiará y quizá cambiemos. Que el conocimiento del otro nos cambie, puede ser fuente de ansiedad. Por tanto, un interés genuino en la diversidad, requiere estar dispuesto a tolerar la ansiedad, a estar inquieto, alterado, a que el otro te impacte, te conmueva, te cambie. Cuando estamos abiertos a la diversidad y valoramos la singularidad del otro, hasta las transacciones más breves pueden resultar efectivas en el camino hacia la plenitud (madurez) que merece la pena realzar.
Voy a poner un ejemplo que lo ilustre con una experiencia que Rebeca y yo tuvimos en Laos. Estábamos en el aeropuerto, en Vietnam, que consistía en un pequeño y único edificio de dos plantas. Estábamos en la sala de espera, cerrada, en el piso superior, con un tejado plano y ninguna ventana que se abriera. La falta de circulación de aire era sofocante. Los laosianos estaban sentados pacientemente; los occidentales estábamos agitados y quejumbrosos. Fue un día largo y caluroso. Después de otro aviso anunciando que el vuelo se retrasaría, un anciano laosiano que se sentaba próximo a Rebeca, dijo encogiéndose de hombros: “la vida es larga” ¿Qué? Yo estaba asombrado. Pensé: “la vida es corta”. “La vida es larga” dice un hombre que vivió en túneles bajo tierra durante nueve años de bombardeos despiadados e implacables. La historia de este anciano que había vivido la revolución, el hambre, la guerra, nos impactó profundamente. Desde aquel encuentro me he preguntado continuamente que pasaría si yo adoptara la idea de que “la vida es larga”. Ver este mundo desde la perspectiva de otro es desafiante y a veces una tarea difícil, una ruptura de nuestra homeostasis psicológica.
Nuestro sentido de la predictibilidad se sacude. Nuestra identidad es criticada. Es un reto a nuestro sentimiento de ser especial, a la perspectiva de nuestro ego centrado. Cuando permitimos al otro conmovernos, cambian nuestras estructuras mentales. Considerar que la vida es larga y no corta, cambia profundamente la perspectiva y los acontecimientos adquieren un nuevo significado.
La apreciación de la diversidad, entonces, se basa en la disposición de estar abierto al otro e indagar dentro de la experiencia subjetiva del otro, y en cómo, o, de qué modo construye el significado. La apreciación de la diversidad es nuestro respeto a la integridad del otro, incluso aunque no la entendamos. Cuando no entendemos al otro, es difícil apreciar su integridad, descubrir su singularidad, indagar sobre sus intenciones y sus propósitos. El respeto a la integridad del otro se pone de manifiesto en el saludo hindú “Namaste”, que traducido libremente significa que “el Dios en mí, saluda al Dios en ti”.
¿Quién es tu cliente? ¿Quién es tu alumno? ¿Quién es tu colega? ¿Pueden ellos estar tan asustados como implica la historia del anciano? Esta historia habla de un sentimiento ”tú estás bien conmigo a pesar de nuestras diferencias”.
¿Y qué si topamos con nuestra diversidad, nuestras diferencias e incluso con lo adverso con la misma sensación de estar ante algo sagrado con la que aquel niño aprendió del anciano la noche antes de Navidad? Unidad y relación requieren respeto hacia la singularidad y diversidad del otro. Debemos trabajar en su conocimiento. Eso lleva tiempo. Requiere que no juzguemos. Metafóricamente es como si tuviéramos que meternos en la piel del otro y sentir cual es su experiencia de su mundo como él lo oye y lo ve, emocionándonos con su emoción. La tarea psicológica de relación incluye conocer y valorar la perspectiva del otro y a la vez no rendir completamente nuestra propia singularidad, permaneciendo a la vez con nuestra propia perspectiva mientras permitimos el cambio. Abriéndonos al conocimiento del otro creamos una nueva síntesis de nosotros mismos a través de la relación.
La unidad requiere presencia. Esa sensación de des-centrarme de mí mismo, haciendo mis propios deseos, necesidades e incluso mis teorías, insignificantes y, por el momento, centrando la atención enteramente en la experiencia del otro. La presencia también incluye la capacidad de lanzarnos hacia atrás, hacia nuestras experiencias de recuerdos infantiles, nuestras influencias parentales, nuestro aprendizaje, las cosas que enriquecen nuestras vidas y usar esas experiencias como una basta biblioteca de recursos para el intercambio. Estar a la vez des-centralizado y estimulado, ofrecer la riqueza de la historia de nuestra vida al otro, es la presencia personal que facilita la relación.
Richard G. Ersdine, Ph.D.
Institute for Integrative Psychoterapy, New York, NY
University of Derby, UK
Artículo publicado originalmente en ITA News, nº 54, verano 1999, pp. 17-18
Traducido por Begoña Manso